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Fiesta Lluvia

lluvia

Llegar a la fiesta antes que se desatara la tormenta lo era todo. No lo logré. Como siempre sucede, te agarra a unas cuadras de llegar y sin paraguas. Era la fiesta de bienvenida de no sé qué cosa, en una casa que no conocía, de una chica que no sabía quién era. Esas cosas que suceden en la vida, pero ¿desde cuándo se necesitan trámites para bailar? Esas fiestas son las más divertidas, sin ningún tipo de dudas. Así que toco timbre y mientras me abren me refugio bajo de un balcón, la música y las voces se sienten desde la esquina. -¿Te trajo la lluvia?- me dijeron haciéndome pasar –No, yo la traje a ella.- Subíamos por una escalera interior, la luz estaba baja y los escalones no estaban del todo mojados. Hice lo que todos, cuando entramos a un nuevo sitio, miramos para todos lados intentando registrar el lugar, la decoración incluso la gente que ya llegó a la fiesta. La que te mira para ver quien se suma, te hacen una seña con los ojos, mueven su cabeza en señal de bienvenida. -Acá tenés un vaso, en la cocina está lo que tomas- Eso es organización pensé, al vaso de plástico blanco le pusieron mi nombre con un marcador negro. -Es para que no se te pierda- dijeron. ¿Sería para que después, si es que te encuentran en muy mal estado te reconozcan por el vaso? Pensé. En ese momento ni se me pasó por la cabeza que terminaría a las cinco de la mañana tirado durmiendo entre los abrigos encima de la cama de la chica dueña de casa, no podría imaginar el momento en el que ella se me acercara y me dijera –Ey,  ya se fueron todos, ¿te querés quedar o te vas? Si querés podes dormir, pero esta es mi cama ¿Lo habría dicho en serio? ¿Qué hubiese pasado si me hubiese quedado? ¿Qué hubiese pasado si no hubiese terminado en se estado? Seguramente no hubiese terminado en su cama. Pero en el momento en que me dieron el vaso con mi nombre grabado no estaba toda esta información o tal vez sí, pero no pude verla, solo había un vaso blanco de plástico, con mi nombre escrito con fibra negra.

Camino por la fiesta. Música, gente, calor. Dos chicas que se besan cerca de la ventana. ¡Vengan a ver esto! Todos corren a hacia la ventana.  Afuera un río andaba la calle. Me quedé sin cerveza, otra vez a la cocina.

Llego haciéndome el gracioso -¿Queda líquido refrescante? -Solo una caja de Faisán, dijo la chica más simpática de la fiesta y agregó… Si dudás, no te lo doy. El vino Faisán en caja no estaba en mis planes pero nunca fui una persona fina, cambiar de cerveza a vino no era una buena idea. – Eh… bueno, será líquido mareante dije.- Son 83 pesos- dijo ella haciéndose la graciosa y le salía bastante bien- Y preciso un cuchillo- Una tijera, le propuse mirando una sobre la heladera, y ella abriendo grande los ojos dijo-  son 26,50. Todo lo dejamos en 104,20- Un simple gracias, sirvió para despedirnos del primer episodio de la noche.

Es increíble la cantidad de música no bailable que se puede tener en una computadora. Voy  a la ventana a ver la calle y veo agua. La brisa es agradable refrescante, el vino no tanto. Y de repente aparece la misma chica de la cocina la “pseudo vendedora” -Que lindo que está acá, -me dice – cuanto sale ver por la ventana.- No cuesta nada.- contesto y agrego -Lo que si se cobra es pestañear, cincuenta pesos.

El árbol que no paraba de crecer

En medio de la plaza estaba el árbol. No sé decir si la plaza estuvo antes o después. Lo más seguro es que haya estado antes. Yo también, si hubiese sido el arquitecto que diseño la plaza, habría pensado que era inadmisible tirar aquel hermoso árbol. Es más, sería una infamia. Porque aquel árbol era muy particular. Era único y sin embargo era tan parecido a los demás. Era, así lo llamaban todos, el árbol que no paraba de crecer. Yo lo conocí ayer. Me senté debajo y pude ver como sus ramas llegaban a cubrir toda la plaza. Iban por encima del sendero, cubriendo en su totalidad los juegos infantiles. Atravesaban la zona de los bancos y esas mesitas que las doñas se sentaban a charlar cada tarde. Sus ramas se alargaban hasta  cubrir la cancha de fútbol, llegaban hasta detrás de los arcos. Tan alto, era el árbol, que había que alejarse unas cuadras para verlo por completo. Su tronco era fuerte, ancho y grande. No sé mucho de árboles así que no podría decir su especie. Lo que sí puedo nombrar es esa potente sensación de estar ante un ser enorme. Esa sensación de estar ante el mismísimo tiempo. Eterno diría yo. Sentado en su regazo, mi sentimiento de hormiga no dejaba de impulsarme a treparle. Pero mi timidez no me lo permitía. Apenas me atrevía a imaginar. Me imaginaba subiendo por el tronco y eligiendo alguna rama para recorrer hasta el extremo. Cerré los ojos e inspiré profundamente. Me imaginaba volverme pájaro y elegirlo para anidar. Y volar y volver. Y ser parte de él. Ser su corteza áspera y dura. Atravesarla. Volverme savia. Nervadura. Flor. Raíz. Y abrí los ojos como el amanecer. Allí me quedé cuidando la plaza, sin parar de crecer, ofreciendo y regalándole sombra a todos.

Cautela

Al costado

clavado

llevo un tiento

un zurco

un ademán silencioso

la mínima sospecha

un qué se yo

que pensé que ya no

pero en fin…

De cosas invisbles

estamos hechos

y maltrechos

me duele el dolor

de mi no cuerpo

que no puede sentir

el adiós no dicho

ese interminable final

que afirma que estoy vivo.

Perder el tiempo

Dormido tengo el brazo

la espera es el interminable aleteo de una mariposa

pasa el tiempo y me castiga

me atraviesa con cada golpeteo, me destroza.

Día a día, brazada a brazada

astillado continúo. ¿Qué otra opción me queda?

Como puedo, sin tregua sigo,

de tu voz ya ni el eco suena.

Nada empuja mi cortina más que el viento

nadie se atreve a cruzar la vieja reja

se perdió el peligro de hacer lo que no quiero

se perdió el tiempo de blandura y ligereza

se perdió lo que por más que busque nunca encuentro

mi sed, mi mar, mi entereza.

Harto de hablar de ti, tiempo

quiero sacar de mí este deseo

de mi brazo lo que siento

y de mi alma, el hormigueo.

Leve edad

Tiempo atrás

me moría memorablemente

mala espina me daban

los ilustrados y los nobles

la sombrilla, el abanico, el cincel

pero siempre terminaba siendo

abedul francés y no desengaño

pincel y no arcabuz

y me conformaba.

Sufría hasta el hartazgo

celos de los toros

y los toreros

del bello púbico

de la maja desnuda.

Sin embargo mal que me pese

resurgía una vez más en fracaso

estridente, insoportable,

rojo moño

bordeaux el terciopelo,

velas color miel

y tonos infalibles e inagotables.

como debía de ser

menos que más, sin más matices

heridas abiertas,

cicatrices.

Finalmente

tu sombra decidió,

me torturaron más que a San Lorenzo

aunque luego apesar de mi

renací como un Ave Fénix

cada día más mequetrefe

menos cosa

menos nada

más mosca volando

que se posa y besa el plato,

que espera el alba

cual pasión

en  la calle del orfanato.

La cámara lenta

Camino por el supermercado buscando cosas que me hacen falta. Es la necesidad que me trajo hasta aquí luego de divagar como un zombi por todos los canales de cable sin poder anclar mi atención en ninguno. El llamado de la naturaleza es contundente cuando el confortable sillón se vuelve insoportable. La salida es rápida cuando el aburrimiento es regla. Así que me salgo de mi zona de no confort para buscar en el supermercado algo que me devuelva el aliento. Camino pensando. Pienso en cámara lenta. Pienso en la cámara lenta. Al que se le ocurrió seguro estaba pensando en lo ingrávido de la atracción. Ando entre las góndolas, entre los paquetes, entre las verduras. Voy haciendo nuevos y jugados planos entre las ranuras de los carritos, capto los ojos cansados de las cajeras con sus bostezos colgando. Sus colitas de pelo, sus uñas pintadas con detalles de rojo negro. La horizontalidad de sus insignias mostrándome como se llaman o como las debo llamar. Hago un zoom al triste paso del reponedor, aquel que termina cargando la lata que nadie se lleva. Sus rodillas saben a qué altura queda cada producto, ellos ya no hablan de la humedad y las articulaciones. Pero de repente el aire se espesa, el Súper se ilumina. En una subjetiva de mi mismo cambio de lente y la pongo en foco. A ella. Ahí va ella. Alta y delicada como la protagonista del comercial, del que empiezo a rodar. Esbelta como un puerro, pelo negro y sedoso como las fotos de los shampoo, informal pero con clase. Atrevida pero discreta ¿Qué hace? Recorre, carga sus cosas. Ella ya me vio, yo ya la vi, ya nos vimos. Ella y yo nos vimos y nada volverá a ser igual. Ella hace como que no, igual que yo que hago como que no. Que no recuerdo lo que busco pero sé muy bien a que vengo, vengo al Súper a buscar lo que me hace falta. Y ya lo encontré. El que inventó la cámara lenta seguramente pensaba en este momento. En lo ingrávido de la atracción. En esta respiración de tortuga alzada. Seguramente este momento es en cámara lenta, su pelo, sus manos, su delicado andar. Su cuerpo es figura delante del fondo de la góndola de los lácteos. Yo atravieso el panorama de los saladitos y las picadas. Lento. Todo es tan lento. Más lento aún. Mis pupilas se abren, la mira se cierra. Ella tiene los ojos casi clavados en mí. Siento su aliento. Lo puedo sentir. Pequeño fundido en negro, y el alma en un fade lentísimo. Hay una lista en mi cabeza de frases que podría decir. Para cada una de esas frases me aparecen dos listas más de posibles respuestas que ella me daría. En un segundo, evaluó que no hay palabra que pueda decir para hacer más sublime éste momento. Silencio. Suspendido. Colgado como una computadora que no sabe como reiniciar. Un agujero negro. Mi sensación es de haber caído en un sueño profundo en medio del supermercado, sé que estoy ahí pero a miles de años luz. No puedo moverme. Y de repente un timbre. Vuelve la imagen. Ella. A lo lejos. Ella. Ella en primer plano.

Muy despacio levanta su celular. No mira de quien es la llamada, automáticamente lo lleva a hacia su oreja. Ahora una grúa me lleva a verla desde arriba, planeo, me acerco hacia al auricular. Ella tiene algo mejor que mirar, es más hay algo a lo que no puede sacarle los ojos de encima. Y yo bajo por la selva de empaques como un lince desgarbado con mi canasta apoyada en mi antebrazo acalambrado. Pienso que sentir esto es lo único que importa. Gota de sudor, saliva y lengua ella dice: Hola. Yo aun lejos. Sus ojos conmigo. Atiende el teléfono, puedo ver que habla pero no sé lo que dice, y de repente una brisa, un sonido, una distracción. Doblo por la góndola de los quesos. Me pierdo. Se pierde. Nos perdimos. La velocidad cambia, ahora no logro escuchar nada, solo interferencia. Llamen a la base. ¡Atención Huston, hemos perdido el enlace! Mas a delante un señor mayor que ella la espera, ella saca una lista de su bolsillo. Conversan. Yo sigo dando vueltas para encontrarla casualmente en los pasillos. Creo que él se dio cuenta de todo. El padre, la pareja, el amigo. No me importa. A mí se me terminó el rollo, cinco minutos de descanso, traigan otro.

Tras el venado

Cae el rayo sobre el árbol de la colina, la batalla está por terminar. Las que sobresalen de los arbustos son siluetas de los cuerpos caídos y a contra luz se ven las flechas clavadas en ellos. Sólo algunos pocos enemigos más y los tendremos, es en lo único que pienso. Por fin, una bandada de pájaros, una nube de pájaros ennegrece el cielo. Mirando con serenidad, sentada en la colina, la Muerte permanece inmóvil. Un golpe de espada y otro más, el brillo del metal y las chispas, jadeos de la lucha que aún no cesa. Llevamos horas peleando luego de días de vigilia, pero lo más importante es que vamos a vencer. Última estocada, repaso los cuerpos caídos en el campo. La Muerte, ahora se levanta y da unos pasos, ya no hay más contrincantes vivos con quien pelear. Mi hermano y todos los demás nos fundimos en una abrazo de guerra, porque otra vez la victoria está de nuestro lado. Las flechas, las plumas, la sangre y todo ese olor tal vez, hace que pierda un poco la estabilidad, me siento un tanto mareado. En seguida, vienen a mi mente mi mujer y mis hijos, los ojos de mi padre y la primera vez que vi un cuervo comer el cadáver de un lobo. Lentamente la Muerte atraviesa el campo de batalla, se para a unos metros de mí. Pestañeo fuertemente, intento sacarla de mi vista pero ella insiste en ser más real que una visión. A un gesto claro de su huesuda cara entiendo que debo mirar hacia mis espaldas, y eso hago. Hay un venado. Un pequeño venado tímido y frágil que me observa; vuelvo a girar mi cabeza y la Muerte ya no está. Me quedo entonces con el pequeño animal que corre, lo persigo hasta un pequeño valle donde se detiene, a unos pasos me detengo también, lenta y confiadamente se acerca como si yo fuera su amo. Me arrodillo y acaricio su cabeza con mis dos manos. El venado lanza su aliento sobre mi nariz y me dice con voz dulce: “Follow your bliss”.

María despierta, está confundida y perturbada. Éste es el tercer día que no logra dormir bien, las pesadillas dan vueltas en su cabeza. Ahora mientras hace su café planea llamar a Maxi, su querido novio para contarle el sueño que tuvo. Luego de encender la hornalla, sin llegar ni siquiera a sacarse la remera de los Rolling Stone con la que acostumbra dormir, marca su número en el celular. -¡Buendía las pelotas!, volví a soñar…No sé, bueno te llamo luego…Sí, después te cuento… Sí, yo también te odio.- La semana anterior, Maxi la había convencido de acompañarlo a una ceremonia con un chamán traído de Centroamérica. La ceremonia del peyote se haría en una chacra privada, había que pasar toda la noche sin dormir ni comer. María no estaba segura de asistir pero como estaba leyendo un libro de Castaneda sintió algo de curiosidad. Ese día llegaron temprano y en silencio todos pasaron a un salón que quedaba a unos cien metros de la casa principal. El chamán explicaba con voz lenta y con frases simples lo que iba a suceder. Se había elegido a un guardián de la puerta y un guardián del fuego que debían cuidar cada uno su labor. Todos debían estar sentados en círculo, sin poder recostarse contra la pared. Primero se pasa el tabaco sagrado y luego el peyote. María se atoraba con el humo, el tabaco hacía que brotaran de sus ojos lágrimas involuntarias. Cuando llegó el momento de probar el peyote tuvo que reprimir sus ganas de ir a vomitar. Maxi le había contado que los vómitos son parte de las visiones que iba a tener esa noche. Ella esperó que llegaran las visiones pero nunca llegaron, sólo sus nauseas y su dolor estomacal. Ahora estaba otra vez a las ocho y media de la mañana por tercer día consecutivo, tomando su café perturbada por la noche que había pasado. En el momento que estaba por dar el último sorbo recuerda algo, algo que la estremece: “Follow your bliss”. María no sabía ingles pero recordaba exactamente estas palabras, así que encendió su computadora y empezó buscar en Google. El oráculo contemporáneo le devolvió varias cosas, entre ellas un montón de fotos con la frase escrita por un tal Joseph Campbell. Lo primero que pensó ella fue que era el dueño de las sopas que hizo famoso Andy Warhol pero luego descubrió que no era así. La frase del escritor norteamericano se podía traducir como “persigue tu felicidad” o “sigue el camino de tu corazón”, y agregaba “and the universe will open doors for you where there were only walls” que significa algo así como que el universo abrirá las puertas para ti donde solo había paredes. Al llegar a este punto María se sintió más calma, como si lo que estuviera haciendo en sus sueños fuera algo que de alguna forma la ayudara a crecer, tal vez a sanar. Pero ¿qué? A la noche siguiente se preparó para los sueños, llevó un vaso de agua y una libreta con un lápiz. Pero esa noche no soñó nada, tal vez ya había solucionado lo que debía arreglar. Así que se dispuso a desayunar nuevamente y de repente al cerrar los ojos empezó a escuchar un relato en su cabeza, sonaba fuerte y claro y se desplegaba con una fluidez increíble: – Estoy volviendo victorioso, volvemos en nuestros barcos. Al regresar nos esperan nuestras mujeres y la gloria. Mi mujer la más bella, espera por mí y como cada vez que regreso ardemos en abrazos. Nosotros los Normandos somos hombres del frío y para sobrevivir precisamos de las batallas y las mujeres. En dos días partiré nuevamente a a brindar otra batalla. Sé que a mi mujer no le gustará pero lo aceptará porque ella sabe como somos. Fue Odín quien nos hizo fuertes dándonos vida a partir de un Fresno, somos una madera dura y noble. En cambio a las mujeres para darles vida, lo hizo a partir del Olmo, cuya madera se utiliza para ser una buena cura a nuestras infecciones. Y sí que lo son-. María intentaba moverse lentamente para no perder la conexión que estaba teniendo con esta voz, salió de la cocina y quería llegar al cuarto para tomar la libreta y escribir lo que escuchaba, pero cuando tomó el lápiz, como una ola que se aleja de la orilla la voz mermó. Se sentó en la cama. Tuvo una fuerte sensación de no estar sola, de un salto dio unos pasos y abrió las puertas del ropero, pero no había nada extraño, como poseída miró debajo de la cama, y allí había un trozo de piel de lobo que nunca antes había visto. Al levantar rápidamente la vista hacia la ventana, vio un cuervo negro limpiándose con el pico una de las alas. El cuervo recogió el trozo de carne de lobo que había dejado apoyado sobre el marco de la ventana y salió volando. María asustada se asomó a la ventana y un viento le trajo el fresco olor del mar Báltico, algo la conmueve a la vez que la horroriza, retrocedió unos pasos y se tendió en la cama a llorar. Un silencio precedió al impacto. Ella queda acostada inmóvil. Aletargada. Ida. En ese preciso instante, un dragón volador aterriza en su balcón y se lleva cargando en sus fauces el cuerpo dormido de María.

En mitad del campamento, mientras cercamos la ciudad de Damasia, entrenamos luchando con los más jóvenes de nuestro ejército, es una actividad habitual para mantener a todos contentos ya que las ciudades sitiadas a veces resisten demasiado. Por la tarde, somos sorprendidos por una noticia terrible, el mensajero nos avisa del inminente ataque a nuestras aldeas del otro lado del mar Báltico. Rápidamente levantamos el campamento y retornamos a nuestras tierras, encomendándonos a todos los dioses pero con tan mala suerte que los vientos hicieron imposible que llegáramos a tiempo. El panorama es desolador, la mayoría de nuestras casas fueron arrasadas. Sin perder un minuto corro hacía mi hogar y me sorprendo ya que aún sigue en su lugar, intacto. La puerta no ha sido forzada, la estufa aún está tibia, sin embargo no hay nadie de mi familia. Tiro un leño a la estufa y me percato que hay alguien sentado a la mesa. Me corre un escalofrío tremendo y lo sé, es la Muerte; luego de una mirada fulminante me habla:-“Tus hijos están conmigo. Tu mujer no”- Entonces le grito -¡Devuélvemelos!-. Sabes que no puedo- replica ella con serena crueldad- Quiero partir la mesa con mi espada y despellejar a la infame Muerte que tengo en frente pero sé que no lo conseguiría. ¿Con quien está ella?- pregunto. -El Dragón la tiene-, contesta la Muerte. – Pero, si matas al dragón podré devolverte a uno de tus hijos-. De las llamas de la estufa, entonces, sale de un salto el pequeño venado y vuelve a detenerse delante de mí, quisiera saber qué debo hacer, una vez más respira sobre mi nariz. Ahora caigo en la oscuridad, me desmayo.

El fuego se ve desde la carretera. Él golpea con fuerza la puerta. Maxi está parado golpeando la enorme puerta. Al ver el fuego aceleró todo lo que pudo y bajó del auto . Hacían cuatro días ya que María no contestaba sus mensajes y supuso que algo raro estaba pasando, así que entró en la casa de su novia pero ella no estaba. Buscó en la cocina, en el baño, algún indicio, algo que le dijera que hubiera pasado y encontró al costado de la cama una libreta toda garabateada, en ella había un mapa dibujado a mano con una dirección marcada. Maxi reconoció la dirección rápidamente, era de un viejo galpón de un frigorífico abandonado a unos siete quilómetros del aeropuerto, donde muchas veces habían paseado juntos. Ahora, Maxi está tratando desesperadamente de entrar al galpón que está en llamas. La puerta está trabada, intenta entrar golpeando con los hombros, luego a patadas hasta que por fin la puerta cede. Empuja con todas sus fuerzas y logra entrar, a través de las llamas ve un viejo sillón de tres cuerpos cubierto de nieve y en él un lobo que, echado sobre la camiseta de dormir de los Rolling Stone de su novia, se lame las patas delanteras. Perplejo ante la imagen y sin tener tiempo para entender lo que esta viendo, Maxi divisa muy cerca de ahí a María que está acurrucada en un rincón a punto de ser tomada por el fuego. Ella está congelada de frío. Maxi la toma entre sus brazos y la lleva lejos del galpón. En un claro, María despierta tumbada en el suelo sin comprender mucho que sucede, lo mira y le dice: Todo estará bien, no sabía como decirte pero ahora lo sé, tendremos un hijo. Tendremos un hijo y todo estará bien, ahora lo sé.

ADN-Antes de nosotros

Sé que todo el mundo lo sabe pero no por eso debemos dejar de repetirlo: La cosa empezó más o menos así. Lo primero que existió fue el “O”. Era basto y suficiente. Era lo único. En él vivía únicamente La-nada. De pronto, tal vez por aburrimiento, apareció una idea dentro de ella, simple, una simple idea que decía que La-nada también era El-Todo. No había nada ni nadie más así que esta discusión era totalmente estéril, pero ya sabemos los problemas que puede causar una simple idea. Por fin, se planteaba un dilema. ¿Estaba completamente lleno de vacío o no? Aunque parecían parte de la misma cosa sentían diferente. El-Todo se hizo más poderoso dentro de “O” y generó una puja muy fuerte. La-nada y El-todo llegaron a tal pelea por prevalecer, que al final consiguieron que el “O” se dividiera. Se había formado lo que llamamos el “8” o el “oo”. Algunos dicen que fue la primer relación de amor con separación de bienes y daños colaterales. Lo cierto es que algo de La- nada se fue en la parte de El- Todo y viceversa. Nacieron de esta friccionada relación: Mvira, la diosa de la vibración, que genera todo tipo de energía, la luz, el calor, el sonido y lo que sería finalmente la materia. El segundo fue Xiclo, el dios del tiempo-espacio, un obsesivo arquitecto. Y el tercero fue Sincro que es el dios de la posibilidad, maneja el azar y tiene la capacidad de que las cosas sucedan o no. Siendo tantos, debían comunicarse así que, por ese tiempo comenzó “la palabra”, muy necesaria para no matarse.Intentaban mantenerse lo más alejado posible pero, no siempre era una tarea sencilla. Al principio cada vez que El-todo y La-nada se acercaban, los tres dioses: Mvira, Xiclo y Sincro intentaban unirlos pero solo lograban que volvieran a pelear. Luego ya sabían que comenzaban atrayéndose con palabras dulces para luego mandar todo al cuerno y siempre eran Mvira, Xiclo y Sincro los que terminaban juntando los platos rotos de la mala cita, sabían que lo que empezaba con susurros terminaba con explosiones e implosiones. De esas citas siempre nacían nuevas estrellas, cometas, planetas, a veces incluso hasta galaxias enteras. Así fue como fueron creados, el nuestro y todos los universos, que son…sólo diré muchos.Los tres dioses, hartos de organizar los universos creados por sus irritantes progenitores, sentían el hastío mismo que sienten los niños cuando los juguetes pierden su novedad y además deben ordenarlos. Tanto astro, tanto planeta perdido sin vida, tanta soledad, que se sintieron sin sentido. El-todo y La-nada pensaron que lo mejor era hacerles un regalo y entonces eligieron algo muy especial. El regalo era un pequeño fuelle extraordinario de color coral, el cual brindaba un hálito vital. Así podrían crear algo con vida. Se dice que este fuelle lo habrían creado en alguna de esas treguas fugaces que los dos grandes dioses habrían tenido, pero no está claro. Ellos explicaron como debía de usarse: Uno de los cabellos enrulados de Mvira era sujetado por Xiclo, mientras que con el fuelle Sincro le soplaría y de esta forma se daría vida a la creación. Contentos crearon una inmensa cantidad de criaturas, así, llenaron muchos planetas. Algunos, solo del reino vegetal, otros solo del reino animal. Pronto vieron que debían cambiar rápidamente de un planeta a otro porque se quedaban sin espacio. El-todo y La-nada no vieron con buenos ojos que usaran el obsequio para tan inútiles planes así que amenazaron en quitárselo. Por lo tanto Los tres dioses debían optimizar su búsqueda. Entonces eligieron algunos planetas germinadores en los universos que tenían. En ellos intentaron crear determinadas naturalezas a través de mutaciones. Hasta que, de casualidad o causalidad, con Sincro nunca se sabe, crearon un ser inteligente que llamaron: NTE. Cuando digo uno me refiero a muchos, nunca hacían uno solo, siempre eran muchos. Los NTE aprendían, se comunicaban, y eran agradecidos. Los tres dioses estaban complacidos con ellos, aunque a Xiclo no le gustaba que pudieran aprender tan rápido. Entonces decidió ponerles un tiempo de caducidad a la vida de los NTE. Fue la primera vez que experimentaron la muerte. Déjenme ser claro en este punto. Todo cuanto había sido creado se entristeció por esta nueva situación. Es como si los universos se hubiesen comprimido por la congoja. El-todo y La-nada tomaron la decisión juntos y les quitaron entonces el regalo. Mvira, Sincro y Xiclo se unieron en un último pacto, y decidieron enmendar las cosas. Se apoderaron una noche del fuelle de vida y resolvieron hacer que las especies no los necesitaran. Así que hicieron a los machos con una parte de la fórmula y las hembras con la otra parte. Crearon la vergüenza y el placer y lo agregaron como una pista, además de hacer algunas piezas sutilmente encastrables, no digan que no se dieron cuenta, también agregaron un poco de moral y la equilibraron con un toque de curiosidad. Cuando esto se supo fueron castigados y el invento fue destruido por completo para que no pudieran jugar más a ser los creadores. Y aunque todo el mundo lo sabe es bueno también decirlo que muy de vez en cuando, pueden hacer que ciertas civilizaciones viajen de un punto al otro del universo, repartiendo cabellos enrulados llenos de vida.

La temperatura de las palabras

Ana lee y se pregunta para qué se mete en estas cosas. Es el cuarto día que no puede salir de su casa esperando que llegue el médico certificador. Está cansada y le duele un poco la cabeza, pero lo que más le molesta es que tiene que leer. Maldita sea la hora que cruzó las palabras con él. Y fue de casualidad nada más, porque si, por jugar fue que llegaron a esto. Ella preguntó ¿qué estás haciendo? y el dijo escribo un cuento o poesía o algo así. Y ella tuvo la brillante idea de pedir ser la protagonista. Y ahora solo está posando sus ojos en la pantalla interesada por saber lo que despierta en los demás. Pero este no es el mejor día para verse reflejada, para sentirse atrapada en un papel. Demasiados días en su casa sin poder salir, solo por cuidarse la salud que le faltaba. Ana lee y no entiende como llegó hasta este punto. Está molesta. Y no está molesta porque el chico tuvo el tupé de decirle, ¿querés que te haga un cuento? Y además dijo muy petulantemente -Me baño y enseguida te lo escribo. – Riéndose Ana contestó – puede ser para mañana- y el muy imbécil replicó, -será para hoy o no será.- Imbécil, pensó Ana.Pero no es la impertinencia del escritor lo que le molesta. O tal vez sea además de eso lo que cuenta, lo que dice en esas palabras. ¿Si apenas se conocen?, es más no se conocen, cruzaron un par de palabras por mensajes, y un par de veces se vieron en la calle y ni siquiera tuvieron el valor para a saludarse. ¿Por qué un desconocido habla así de ella? ¿Y cómo sabe lo que sabe? Él empieza como todos los cuentos con frases encriptadas para llamar la atención, de esas frases hechas como: “Encontró vestida La Suerte una amiga tendida en la cama, mirando el techo, pensando en el tiempo, Ana esta boca arriba”… y continúa “Tiene un par de ojos azules que no pueden ver más allá, como los peces de peceras que están en los bares que nunca cierran.” La construcción era simple, de esas que Ana disfrutaba de leer, para no tener que ver el Show de Cristina. Pero ¿por qué movía cosas quietas dentro de ella? Ella pensaba para si, de dónde saca estas cosas, ¿por qué habla de mí en esa forma? Él conocía los sueños más íntimos, las fantasías vestidas de minifaldas a la luz de la luna. Él podía ver los secretos pensamientos de escotes dobles. Pero hoy no era el mejor día, Ana estaba nublada o turbada o perturbada o necesitada de que alguien la tocara. Pero esas palabras escritas desde el otro lado de la ciudad la llevaban hacia un rincón. Parecía una niña con su vestido rosado sosteniendo su varita de estrella pensando en un deseo. Piensa y sus pensamientos tienen volumen. Aparecen escritos en la pared. Están rellenos de helio y flotan entre las nubes. Ya su enojo cambió de color, se vuelve suave malestar, hasta le parece lindo, habría que ver de que está hecho el amor, muchos dicen que de palabras bien nutridas y dichas en el momento adecuado. De esas promesas que dibujan horizontes donde no los hay. No sabe qué hacer con lo que lee. No sabe qué hacer con lo que siente. Se tiende en la cama, se envuelve en humo, se aparta de todo. Piensa en terminar con este día, aparecer y desaparecer, de decir sin decir nada. O tomar el teléfono y olvidar de toda su vida anterior, pero se calma. Son solo palabras. Para qué encontrar más explicaciones. A veces de tan transparente somos invisibles. Piensa en que dirá cuando termine de leer y le deba responder al escritor que le gustó. Porque no puede decirle la verdad. La verdad, se sienta en el suelo y abraza sus rodillas al costado de Ana. La verdad no puede ser dicha. Solo es un acto de magia, una maldita treta. Un retro gusto. Un retro gusto que hace que la mandíbula se eleve y las vértebras de la nuca se compacten. Ana toma su cámara de fotos y registra su sentimiento, su boca pintada de rojo extremadamente punzó no sale en el cuadro. Tendrá que ser adivinada. Para cuando el médico llegue seguramente las palpitaciones no serán registradas por los instrumentos, tendrán que quedar para otro momento. En otra dimensión. Pero una sonrisa acontece, algo que dice que todo está amorosamente bien.